lunes, 12 de enero de 2009

Inmigrantes

Versió en català: http://esperantelsbarbars.blogspot.com/

¿Por qué no nos acordamos más a menudo de donde venimos realmente? ¿De qué hambres, de qué miserias?

Tal vez las reconocemos en el hambre y en la miseria de los nuevos inmigrantes y puede que por eso nos incomoden. Tendríamos que recordar que antaño todos fuimos así. Todos llegamos a la tierra que hoy es nuestra con la casa a cuestas, con la ambición y los piojos y las ganas de prosperar. Todos fuimos en su día ignorantes, paletos, atrasados y toda la sarta de ruindades que les aplicamos a ellos. Son trabajadores orgullosos de serlo y de usar las manos para trabajar. Clase trabajadora desacomplejada de tanta tontería de niño rico. Un día todos fuimos ellos. Son nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros ancestros.


Y tienen mucho que enseñarnos. Que la vida no te la regalan y que hay que ganarse el pan. Que nadie tiene derechos por encima de su trabajo sólo porque haya llegado aquí antes. Viéndoles levantarse cada día y oyéndoles cantar mientras trabajan podemos entender que no tenemos derecho a ser mantenidos. Tal vez así dejemos de quejarnos de que papá no nos mantiene, de que el estado no nos mantiene, de que el gobierno no nos mantiene.


Sólo hay que compararlos con esos jóvenes que estrenan moto o coche que les ha regalado su papá y que pasan de estudiar aunque tampoco encuentran ningún trabajo que les convenga. O con esos que sólo se quejan. Del gobierno, de que no tienen trabajo, de todo, pero que en realidad no luchan por nada. Y por ello, nada merecen. Resentidos envidiosos que les reprochan que estén aquí, que sus hijos vayan a la misma escuela que los suyos, que crean en sus propios dioses. Odiadores profesionales que engordan las filas de la intolerancia, del “yo no soy racista, pero”, incapaces que no pueden soportar que esos “negros”, que esos “moros”, que esos “sudacas” sean mucho mejores que ellos. Cómplices, cada uno con una historia sobre ese moro que asa corderos en el suelo del salón o a ese negro que tantas drogas debe vender entre su trabajo de camarero y el de cuidador de ancianos. O sobre ese electricista rumano que vete a saber de donde ha sacado el dinero para comprarse ese R12 de décima mano. Cobardes que temen el fantasma de una integración que les dejará aún más orillados en las alcantarillas ideológicas en las que se empantanan carajillo tras carajillo. A esos es a quienes debemos temer y no a los inmigrantes.


Yo soy hijo de un país en continua formación. De una país hecho de íberos, fenicios, griegos y romanos, visigodos, francos carolingios, árabes y judíos, españoles y franceses. De la inmigración castellana, murciana, extremeña y andaluza del siglo XX i de los recién llegados de todo el mundo en el XXI. Sin duda eso me ha hecho mucho más rico de lo que sería si no hubieran llegado hasta aquí para quedarse. Y sé que mis antepasados y su ansia de avanzar, llegaran de donde y cuando llegaran, no tuvieron porqué ser mejores que ese senegalés que pasa ahora bajo la ventana mientras lo escribo.

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