domingo, 11 de enero de 2009

Dogmas y más dogmas.


El dogma político como substituto de la fe religiosa. El materialismo dialéctico transformador o la espiritualidad transformista.

A menudo se nos venden los sistemas políticos marxistas (y no sólo, ya que también fue así en el nacionalsocialismo) como sociedades donde la espiritualidad esotérica no tiene cabida. Han conseguido erradicar de la mente del pueblo la idea de un dios superior, se nos dice. En Cuba, en China, en Korea, las masas no adoran a ninguna deidad sobrenatural, se han vencido las supersticiones.... Como si el sentido místico profundamente enraizado en el hombre en el transcurso de cien milenios pudiera vencerse por decreto. Ojalá fuese así y la semilla del racionalismo científico pudiera dar frutos de forma tan simple.

Al contrario, a mi entender, lo que en realidad ha sucedido es la substitución (exitosa, sin duda), de un dogma religioso de carácter paranormal por un dogma político, mucho más humano, pero que contiene en su núcleo los elementos de fe irracional en un bien superior que caracteriza la creencia religiosa. La fe en dios se cambia por la fe en el sistema; los sacerdotes o imanes, por el politburó; la persistencia de la inmutabilidad, por la revolución permanente y vigilante.

Son sistemas, como los teocráticos, en los que la discrepancia es anatemizada y perseguida, con igual o superior furia, y en los que la disidencia es perseguida sin tregua porqué el cuerpo doctrinario es tan ajeno a la razón que la más mínima duda puede tambalear todo su andamiaje ideológico.

EL peligro real de ese “evangelio” es que, al pretender que su base se apoya en el cientifismo sociológico, su falso antropocentrismo, alejado de los fenómenos sobrenaturales, puede llenar muy fácilmente el vacío místico que deja en las mentes racionales el abandono de la magia religiosa.

La prueba de su falsedad, de la endeblez de su ideario, es que es sólo una substitución provisional. En efecto, una vez hundidos los sistemas que lo sustentan, la ciudadanía necesita de nuevo la mística y, no encontrando otra que la tradicional de base ocultista, se entrega otra vez, con más fervor casi siempre, a la paranormalidad irracional de la religión.

Lo que necesitamos, en realidad, son valores espirituales racionales, fundamentados en nuestra propia condición humana. En valores como la empatía, o la solidaridad, o la compasión, que tienen valor por sí mismos, sin tener que ir asociados a brujerías o milagros. Valores en los que apoyarnos para encontrar vías de superación individual, colectiva (evolutiva, incluso) para dar el paso desde la muleta mágica e irracional que nos acompaña desde nuestro inicio como especie hasta planteamientos que nos permitan la suficiente modernidad ética para superar momentos de incertidumbre como los actuales, donde de la línea especulativa de abordaje a la solución de los retos económicos, medioambientales, demográficos o tecnológicos que nos amenazan, en términos de magnitud i naturaleza, de una forma insólita en nuestra historia, depende nuestro futuro como especie. Afrontarlos con la mismas armas espirituales infantiloides que hemos usado hasta ahora nos conducirá, evidente e indefectiblemente, al desastre. El progreso científico debe acompañarse de la correspondiente emancipación intelectual.

Maduremos. Organicémonos. No queda mucho tiempo.

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