La socialización del conocimiento lleva al cuestionamiento de la magia religiosa como respuesta tal y como la hemos conocido durante los doscientos mil años en que los paleontólogos cifran nuestra huella. Durante ese periodo, la humanidad en su conjunto no ha tenido acceso al conocimiento, cuya liturgia estaba reservada a los iniciados, a los guías de un conocimiento interesado, y donde la observación de los hechos naturales y su explicación sobrenatural estaban intrínsecamente entretejidas, bien por interés dominativo, bien por comodidad epistemológica (ya que los que se erigían en intérpretes de la realidad no tenían ni la respuesta, ni la capacidad para obtenerla, ni el espíritu inquisitivo imprescindible para hacerlo, acomodados en una posición de poder). Es recurrente en la historia, en esas circunstancias, perseguir la duda y simplificar las explicaciones, siempre sobre la base de la creencia, ya que la duda conceptual queda siempre fuera, por definición, de ese sistema acrítico.
Eso no sólo ha sido válido para la especulación puramente teológica, sino también, a causa de esa indiscernible amalgama doctrinaria, el empirismo académico imperante hasta finales del siglo XIX (sino más allá), donde teorías tan universalizadas como la de la evolución darwiniana eran anatemizadas como la iglesias cristiana anatemizó el heliocentrismo copernicano.
Hoy, al menos en el denominado primer mundo y, de forma imprevisiblemente acelerada en países emergentes como China e india, que representan un tercio de la humanidad, el acceso al conocimiento en distintos grados, está al alcance de todos lo que, forzosamente, debe estimular el espíritu crítico global. A pesar de que el peligro de que la manipulación informativa pueda poner en peligro ese pensamiento analítico, encaminándolo hacia la uniformidad acomodaticia, ésta, en definitiva, no debe dejar de ser una perversión inevitable, pero a la larga superable, en la medida en que el acceso a los hechos y a las opiniones esté cava vez más universalizado. Y podemos poner ejemplos: En los EUA, donde la información sobre la guerra de Irak está censurada y las consignas falsas e interesadas se han descubierto frecuentes, la población, paulatinamente, deja de creer en las fuentes que identifica como manipuladoras (como las gubernamentales). O el estado español, donde el intento por parte de la derecha de redefinir la realidad a su medida desde determinados medios ha fracasado estrepitosamente entre el ridículo. Curiosamente, ambos intentos han sido perpetrados por fuerzas bien vinculadas indiscerniblemente a la religión organizada, bien por ella misma desde sus propios medios. Debemos congratularnos de su fracaso y describirlo como un ejemplo de nuestro punto de vista porqué, a pesar de todo, la duda y la necesidad de conocimiento para desvanecerla avanza en dirección totalmente opuesta a la de nuestros antepasados y el refugio esotérico está hoy completamente vació de conciencias inquietas.
Ese pensamiento independiente y crítico con la explicación paranormal de la realidad a través de la religión, si bien ha existido durante las últimas centurias, no es menos cierto que ha sido minoritario e insuficiente para romper con milenios de fe en la magia como explicación. Pero ahora ese choque se está produciendo ante nuestros ojos. Ese debe ser, por encima de la tecnificación o del caos medioambiental, el hecho diferencial del espacio de historia en el que nos ha tocado vivir. Somos quienes mataremos a los dioses i liberaremos al hombre de su esclavitud ancestral, para llevarlo donde pueda divisar cotas de humanización hoy sólo entrevistas y, en todo caso, incompatibles con genuflexiones ante ídolos que, a la fin, sólo nosotros hemos inventado y que han acabado dominándonos. Ningún dios nos ha hecho, sino nosotros a todos ellos. Ha llegado el momento de prescindir de ellos porque el concepto mental que representaban ha dejado de sernos útil.
Hay que dar el siguiente paso. Nosotros somos el ariete.
Eso no sólo ha sido válido para la especulación puramente teológica, sino también, a causa de esa indiscernible amalgama doctrinaria, el empirismo académico imperante hasta finales del siglo XIX (sino más allá), donde teorías tan universalizadas como la de la evolución darwiniana eran anatemizadas como la iglesias cristiana anatemizó el heliocentrismo copernicano.
Hoy, al menos en el denominado primer mundo y, de forma imprevisiblemente acelerada en países emergentes como China e india, que representan un tercio de la humanidad, el acceso al conocimiento en distintos grados, está al alcance de todos lo que, forzosamente, debe estimular el espíritu crítico global. A pesar de que el peligro de que la manipulación informativa pueda poner en peligro ese pensamiento analítico, encaminándolo hacia la uniformidad acomodaticia, ésta, en definitiva, no debe dejar de ser una perversión inevitable, pero a la larga superable, en la medida en que el acceso a los hechos y a las opiniones esté cava vez más universalizado. Y podemos poner ejemplos: En los EUA, donde la información sobre la guerra de Irak está censurada y las consignas falsas e interesadas se han descubierto frecuentes, la población, paulatinamente, deja de creer en las fuentes que identifica como manipuladoras (como las gubernamentales). O el estado español, donde el intento por parte de la derecha de redefinir la realidad a su medida desde determinados medios ha fracasado estrepitosamente entre el ridículo. Curiosamente, ambos intentos han sido perpetrados por fuerzas bien vinculadas indiscerniblemente a la religión organizada, bien por ella misma desde sus propios medios. Debemos congratularnos de su fracaso y describirlo como un ejemplo de nuestro punto de vista porqué, a pesar de todo, la duda y la necesidad de conocimiento para desvanecerla avanza en dirección totalmente opuesta a la de nuestros antepasados y el refugio esotérico está hoy completamente vació de conciencias inquietas.
Ese pensamiento independiente y crítico con la explicación paranormal de la realidad a través de la religión, si bien ha existido durante las últimas centurias, no es menos cierto que ha sido minoritario e insuficiente para romper con milenios de fe en la magia como explicación. Pero ahora ese choque se está produciendo ante nuestros ojos. Ese debe ser, por encima de la tecnificación o del caos medioambiental, el hecho diferencial del espacio de historia en el que nos ha tocado vivir. Somos quienes mataremos a los dioses i liberaremos al hombre de su esclavitud ancestral, para llevarlo donde pueda divisar cotas de humanización hoy sólo entrevistas y, en todo caso, incompatibles con genuflexiones ante ídolos que, a la fin, sólo nosotros hemos inventado y que han acabado dominándonos. Ningún dios nos ha hecho, sino nosotros a todos ellos. Ha llegado el momento de prescindir de ellos porque el concepto mental que representaban ha dejado de sernos útil.
Hay que dar el siguiente paso. Nosotros somos el ariete.
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