Desde el primer día, supe distinguir (¿eso no es difícil para los fumadores, verdad?), esos picos de ansiedad que duran unos minutos, intempestivos pero no inesperados, que parecen peligrosos pero que por su corta duración, con un mínimo esfuerzo, puedes reducirlos a irrisorios. Es algo así como: ¿Crees que tu, que solo vas a durar tres minutos, puedes hacerme caer? Me va a llevar más tiempo reflexionar sobre tu naturaleza que lo que va a durar tu molestia, por lo que no te voy a tomar en serio, solo faltaría… Eso, que los iniciados en esa agonía llamamos cravings, y que nos acompaña los primeros días.
Después está el aspecto psicológico de la desintoxicación. El peligroso de verdad. Es el que te hace dudar, el que te lleva a esos páramos pretéritos en los que era parte de tu vida, recordándote siempre los buenos momentos que compartisteis. El placer de la bocanada inhalada frente a una puesta de sol en lo alto de un mirador, o acompañándote mientras leías a Camus, sonando siempre jazz de fondo (el cabrón no te recuerda la tos, la bocanada furtiva bajo la lluvia mirando desde el cristal a tus amigos que seguían en el restaurante, la vergüenza de fumar clandestina e insípidamente en el baño del aeropuerto, el vacío en el estómago contemplando tu tomografía). Cuando se te aparece es siempre en forma de manzana prohibida. Ése es el momento crítico, en el que un solo instante de vacilación puede llevarte instantáneamente al pensamiento fatídico: ¿Que pasaría si, sólo por una vez, uno sólo……? Después de eso, solamente te queda encomendarte a tu fuerza de voluntad, con mejor o peor suerte dependiendo de tu entereza y de en que trance te encuentres en ese momento (una separación, una bronca, una borrachera, …) Y aunque tengas, además de la fuerza, la suerte (sí, la suerte) de no ceder, él ya ha establecido el mecanismo. Lo demás es mera estadística.
En mi caso, si me hubiera permitido eso, habría sido de los primeros en caer, seguro. En cuanto pude preverlo (es fácil verle venir, después de aguantar el craving porqué el mono es más sutil, pero no tiene ese componente de inmediatez) supe que me vencería si me atrapaba. Por ello, decidí desde el primer momento ser el más cobarde de entre vosotros. Y lo conseguí. El mono no me vence porqué en cuanto intuyo que va a aparecer no paro de correr. Para algunos, correr es pensar en lo malo del tabaco, en lo que te ha quitado, en esa enfermedad que arrastraras siempre. Pero para mí no parar de correr es no dejar de pensar en lo que he conseguido dejándole, en mis nuevos logros, agarrando el futuro con las manos, mirando esos dedos índice y mediano que ya no sostienen un cigarrillo. Pensar en esa misma puesta de sol, ese libro, ese disco, libres de enfermedad y esclavitud, pensar en todo eso sin parar….. Y en cuanto me vuelvo él ya no está. Nunca resiste una carrera y éstas se están volviendo más cortas cada día.
Y lo principal: al cabo del tiempo ya he establecido el automatismo y no necesito estar alerta siempre. Me he instalado en ese estadio y ahí no puede entrar. Y nada puede sacarme de ahí. Mi vida no es más fácil sino que sigue siendo la misma complicada ecuación de siempre, como todas las vuestras. Pero, desde luego, el tabaco ha dejado de ser parte de ella desde hace tiempo porqué, pase lo que pase, siempre seguiré visualizándole como un problema y nunca como una solución. Sin lugar a dudas, Nunca.
En definitiva, sólo era explicaros como los que no nos atrevemos a mirar al monstruo a la cara también, humildemente, le vamos venciendo.
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