El odio y el miedo, a partes iguales conforman hoy día ese espíritu ultraderechista en el que ha instalado cómodamente la derecha española. El que se vierte en cabeceras de prensa donde pontifica sobre moral el trasvertido ex-amante de Exuperancia Rapú. El que emiten los obispos aleccionando a sus huestes a semejanza de Torquemada, traicionando el mensaje de su mesías. El que vomitan periodistas-terroristas con 87 asesinatos a sus espaldas anatemizando la política antiterrorista de un gobierno democrático, El que sigue mintiendo desvergonzadamente sobre el mayor asesinato terrorista de la historia de España, pataleando porque la realidad no se ajusta a sus intereses oscuros. El que insulta a presidentes de gobierno, a alcaldes, a diputados i senadores, a jueces, a periodistas, a colectivos cívicos, a ongs, a.... Contradicciones instaladas en el pensamiento colectivo de una horda de mentirosos que solo buscan acojonar a sus conciudadanos cada mañana para que las cosas se puedan poner cada día peor. Sólo desde el desastre, desde la desesperada convocatoria a la catástrofe, pueden calar sus tesis basadas en el miedo cerval al cambio, a la modernidad, a que se ventile la putridez en esa casona en que quieren convertido su país. La prosperidad, desde luego, no favorece su negocio.
Cobardes que gritan “meteos vuestros muertos por el culo”, que arremetían contra una niña que acaba de ver cómo asesinaban a su padre un siete de marzo, achacándole que es cómplice de los asesinos sólo por pedirnos que acudiéramos a las urnas al día siguiente para responder con votos a los terroristas, o contra una madre por defender con la búsqueda de la verdad su dolor y el respeto a la memoria de su hijo en una comisión de investigación del Congreso. Cobardes esbirros de un canal de televisión que acosan a una periodista que intenta entrevistar a un mafioso. Cobardes que insultan sólo por ser mujer, por ser catalán, por ser gay, por ser ateo, por ser socialista, por ser ecologista, por, en definitiva, no ser como ellos te exigen que seas. Cobardes. Cobardes y embusteros.
Ruindad descarnada desprovista de artificio. Una derecha mutante y polimórfica que excreta igual sus ansias de venganza desde el púlpito irresponsable en una aldea gallega como lo hace desde las nuevas tecnologías, aquí mismo, con la fluidez que favorece el anonimato. Un tóxico incubado desde siempre, en ambientes de tradición franquista, por quienes han dejado de jugar a ser demócratas vista la experiencia de haber perdido el poder a manos de “los otros”. Un tóxico que se alimenta de la crispación cotidiana, del enfado, de la excitación, hasta provocar el crecimiento del odio irracional de la masa enfervorizada. Y ahí están ellos, los de siempre, los “españoles de bien”, para dirigirla. Por desgracia, en España ese mal es crónico, pero puede prevenirse preguntándonos, ante ese ciudadano indignado ante el financiamiento autonòmico, o la corrupción del gobierno, o la inmigración, o lo que den esa semana en su radio: ¿Pretende que se arregle o pretende que empeore para justificar su ira? ¿Lo hace para contribuir a su solución o para poder soltar eso de “todos son iguales”, que es como decir: todos son como yo, miserables?
En fin, vómitos provocados por el pánico a la libertad de una chusma que, instalada en letrinas de mármol, tiene encerrada en su retrete a la derecha democrática, sin cuyo concurso su país no podrá salir adelante.
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