domingo, 11 de enero de 2009

Banderas

Versió en català: http://esperantelsbarbars.blogspot.com/

Nunca he entendido esa extraña pulsión de la derecha española con los símbolos y las banderas. Ese patrioterismo textil les lleva incluso a clasificar a las personas en dos bandos, “los nuestros” o “los enemigos”, según la graduación del color de la franja inferior de la bandera, o de si lleva dos o cuatro franjas, o de si lleva un águila o una gaviota o un gorrión. Sólo eso les basta a sus apóstoles para poder alinear a la gente ordenadamente en esos estantes mentales donde conservan en formol su ideología y así poder etiquetarnos cómodamente: terrorista, ilegal, separatista, mariquita, etc.. ¿Para que molestarse en analizar opiniones de nadie? Les basta el número de referencia Pantone.

Ello les lleva indefectiblemente a calificar a los catalanes de nazis, de separatistas de perseguidores del castellano, de antiespañoles, etc.… En casos como el mío no necesitan más que fijarse en la letra final de mi nombre para permitirse diseccionar cómo pienso, sin más esfuerzos. Y me llaman a menudo Joaquín, escupiendo la n, con ánimo (infructuoso, créanme), de molestarme. Mi catalanidad parece ser incompatible con su concepto de la patria, aunque ello no les priva de recordarme que soy español con el mismo desprecio que los vaqueros marcan a las reses. Y después, cuando alguien se defiende de ese escarnio haciendo gala de su legítimo derecho a sentirse diferente, le machacan con ese ridículo aire de suficiencia del paleto que cree tener razón cuando rebuzna sus deformidades ideológicas ante sus avergonzados conciudadanos. Y es que muchas veces lo único que queremos es ser distintos de lo que ellos representan.

Creen personificar a su país y a su bandera, pero en realidad no representan más que ese empecinamiento casposo, ese oscurantismo medieval que niega siempre la amenaza de la modernidad. Pretenden, en pleno siglo XXI, los que todavía mantienen que la evolución es un fraude y la homosexualidad una enfermedad, escamotearnos la investigación médica o la formación en las libertades. No son más que los restos de la inadaptación social de los herederos de Fernando VII o de los generales golpistas de siglo pasado.

Sus monomanías textiles no les permiten entender que la lealtad para con sus conciudadanos debe estar por encima de unas gamas cromáticas, o que un energúmeno envuelto en un trapo de colores no tiene bula para insultar por ello a cualquier paria sin bandera. ¡Claro que de sienten perdidos sin sus insignias, sus muñequeras, sus pegatinas y sus banderines de corner con el águila imperial! Su patria sólo incluye a los que piensen exactamente lo mismo que ellos y exactamente de la misma forma. Viven mentalmente en un país tan pequeño que sólo los suyos caben en él.

Son el ejemplo de todo en lo que no queremos parecernos. No conciben que exista vida política fuera de la meseta central y el castellano. Siguen tratando al sur de España como esos territorios arrebatados al moro, subvencionados e inútiles para ser nada más que el solaz de Castilla. Tienen un terror irracional y ciego frente a los que hablamos catalán, vasco o gallego y que tenemos otros referentes que la Puerta del Sol o la Plaza de las Ventas. Cualquier variación en su discurso monolítico y monocolor (aunque venga de sus propias huestes como hemos visto hora) provoca el temblor de todo su andamiaje ideológico, tan huérfano de cimientos sólidos más allá de los gritos de Santiago y cierra España y de las coplas de la Pantoja.
Aborrecen a Bardem y adoran a Arturo Fernandez Soria, denostan a artistas que nunca han disfrutado y que, en su cacareada y autoinflingida incultura, nunca serán capaces de apreciar. Se ríen de los derechos sexuales de las minorías con cualquier chanza que han aprendido de Ussía, o de Burgos, o de Vidal, creyéndose superiores, pero en realidad sus fobias, paranoias y complejos les convierten a nuestros ojos en viejos verdes, en payasos sin gracia, en escoria intelectual.

Se aborregan ante delincuentes que traman en marisquerías de lujo la próxima barbaridad que les instará a secundar desde su micrófono mientras calculan con sus móviles de última generación los beneficios, deducida la multa judicial, que les reportará que sus gregarios vuelvan a caer en el más grotesco de los ridículos. Se arrodillan ante obispos corruptos que olvidaron el avangelio en el momento en que se apoltronaron ente multitudes ávidas de una venganza divina que ellos mismos instaron. Carne de cañón para la élite de Serrano, que se ríe de ellos en cada party, entre lingotazo de añejo y fragor de visa oro.

Y encima se creen alguien… ¿Y nos quieren dar lecciones? Nosotros somos ahora el presente. Hablamos idiomas, no nos asusta compartir trabajo con una lesbiana, ni nos extrañamos de que ese colega sea musulmán, (o sintoísta). Hemos dejado de notar el color de la piel de quien se sienta a nuestro lado en el Metro, y en cambio lo hacemos en su lectura. El placer de mestizaje y el derecho a la diferencia. Esa es nuestra bandera. Esperamos de los demás lo mismo que estamos dispuestos a darles, una mirada sin distorsiones cromáticas ni sexistas. Esperamos que nos ayuden a aprender, y que nos ayuden a morir cuando nos llegue el momento.

En cambio ustedes, los Últimos de Filipinas, están tan acabados como Alfredo Mayo. Ahora es nuestra hora. Fíjense en nosotros, somos todos esos que nos sonreímos cómplicemente cada maña en el bus. Fíjese en el futuro que nunca podrá alcanzar. Y deje de joder con la banderita, tarado.

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