jueves, 11 de febrero de 2010

Espiritualidad (2)





Retomando el análisis que esbozaba en la entrada anterior sobre espiritualidad, en primer lugar intentaré evitar que se identifique como una crítica ciega a la creencia. De hecho, las sociedades crearon sus mitos fundacionales en base a lo que en cada momento les era posible y les era, a la vez, necesario más allá de la mera utilidad. Y en torno a esa simbología constitutiva de cohesión social se estructuraron, en sociedades preindustriales a las que la inmutabilidad del dogma de fe les fue muy bien como recurso de adaptación y de supervivencia colectiva

Yo creo que hizo más que eso. En principio creo los mitos para cohesionar el grupo humano. Pienso que fue más tarde cuando el sistema de creencia se convirtió en religión. Y fue en ese momento cuando ya precisó de intérpretes de los designios “divinos”, una fuente que diera forma a la visión teológica de mundo circundante y unificara la simbología para todos los individuos. Y como ese fenómeno se dio en sociedades de cazadores recolectores o de agricultores neolíticos, las bases dogmáticas son parecidas en todo el mundo (incluso una parte de la mitología, que probablemente descienda de observaciones astronómicas, un laboratorio interpretativo común para todas las sociedades del mundo).

Pero es que ese cuerpo de intérpretes de la simbología común, esos sacerdotes, profetas, etc.., no dejan de ser parte de la sociedad humana y, por tanto, la traslación práctica no podía ser otra cosa que una estructura de poder. Nadie niega que el mundo se articula aún hoy en estructuras de ese tipo. Estructuras políticas, como los estados, religiosas, como las iglesias, económicas, como las construcciones capitalistas, etc.. Lo cual no es intrínsecamente malo cuando esas estructuras se adaptan para seguir en su posición dominante. Todos aceptamos que la sociedad se articule en estados (o estructuras políticas alternativas o complementarias), lo que exigimos cada día más es que esos estados sean democráticos. Y el capitalismo es comúnmente aceptado como forma de adaptación económica al medio, pero exigimos que los grandes bancos, o las corporaciones multinacionales, etc.. tengan límites políticos a su actuación. ¿Porqué a las iglesias no les ha sido necesario cambiar de postulados?

Yo no alcanzo a comprenderlo. Imagino que mi ateísmo me ha impedido desde siempre comprender cómo los demás aceptan postulados irracionales como la fe para interpretar el mundo. Pero me doy cuenta que pertenezco a la minoría. La mayor parte de la gente necesita “creer en algo”, como muy bien expresan. Y cuando hablas con la gente te dicen que ellos no creen en la iglesia católica, pero sí en dios. Cada día están más alejados de la simbología religiosa, pero esa circunstancia no les aleja de una visión trascendente de su vida y de su muerte.

Tengo la ocasión de hablar de éste tema con un amigo científico, una mente preclara, profesor de astrofísica que estudio con Hawkings, que se declara creyente. Y es evidente que no puede compartir los mitos religiosos que conforman la creencia, pero si necesita ese plus de fe irracional de la visión teológica. Lamento no poder comprender esa concepción ontológica, lo admito. Porqué soy incapaz de poder analizarla en su globalidad. Y sólo puedo plantarme preguntas:


Viendo que las sociedades tradicionalmente más colectivizadas son menos propensas a la creencia, al contrario de las más tendentes al individualismo (el ejemplo de China y de USA podría vale), ¿tal vez la fe es un mecanismo de corrección social, un imperativo colectivo para contrarrestar el individualismo, socialmente más disgregador? ¿Tal vez la individualidad es, de alguna forma, negación de la fe y afirmación de la iniciativa crítica? A mí se me antoja que la creencia acrítica es, en muchas ocasiones, un mecanismo represor de la individualidad. Por tanto ¿podría ser la sumisión incondicional a un designio superior una estrategia evolutiva social? ¿Exitosa? ¿Inevitable, etológicamente hablando, aunque reduzca (o precisamente por ello) al individuo a una función meramente instrumental de la obra de dios?

En ese sentido, ¿es posible que las tradiciones nos retornen el sentido colectivo de grupo, usando de nuevo la creencia como medio de cohesión social? ¿Es eso un paso atrás? ¿Es una forma de devolvernos a la comodidad, a la sensación de protección que nos proporciona el grupo?

Pero también caben otras explicaciones. En nuestra sociedad, como ninguna otra, el individuo es responsable de sí mismo. En ninguna ha tenido jamás estas posibilidades de desarrollo personal. Tal vez la fe sea una respuesta para eludir esa responsabilidad, tan nueva en nosotros. Una forma rebuscada de hedonismo intelectual, de cómoda sumisión a la creencia para no tener que buscar respuestas individuales.

O quizás miedo. En tanto nuestra sociedad formula sus postulados interpretativos de la realidad en base a explicaciones humanas, científicas, tecnológicas, políticas, sin la intervención de explicaciones teológicas, crece en muchos el temor a que sean equivocados, ya que no se basan en posiciones inmutables ni dogmáticas, sino precisamente en la duda crítica y en el relativismo. Y frente a ello oponen la seguridad de las respuestas gnósticas, tanto más cuanto más inseguros se sientan, tanto menos como más capaces se sientan de explicar el mundo sin necesidad de interpretaciones indemostrables. Esa necesidad de seguridad, de la figura del padre, de retorno al vientre materno…

Si nos enrocamos en nuestro ateísmo sin buscar la calidad del hecho religioso por encima de su exótica simbología nuestro esfuerzo siempre será baldío. Y esa cualidad yo la identifico en su fuerza cohesionadora grupal por encima de sus elementos dogmáticos, cada día más cuestionados. A través de la lectura de Desmon Morris, de Frans De Waal, del profesor García Leal, de Stephen Jay Gould, etc.., me he apasionado con las teorías antropológicas del co-director de Atapuerca, el Dr. Eudald Carbonell. Su teoría sobre la búsqueda de una conciencia global humana, desprovista de dogmas y basada en el conocimiento científico, en la socialización de ese conocimiento y en el camino hacia un pensamiento único global (pensamiento crítico, naturalmente), la humanización tas la hominización, podría ser un punto de aproximación. Si lo que nos atrae de la explicación trascendente es ese plus de colectivización social que comporta, es evidente que esa visión antropológica la tiene. O mejor: ¿podríamos, desde esa nueva visión, desproveer a la conciencia humana de esa necesidad de trascendencia individual y sustituirla por una visión trascendente colectiva de nuestra especie, cerrando el círculo que empezó con la creación de mitos como sistema de afirmación colectiva de un grupo, acabando con un sistema de afirmación colectiva de la especie?

La verdad es que yo tampoco lo tengo nada claro. Yo pretendía cambiar del sentido de que debemos trascender como individuos al de que debemos trascender como especie. Si fuera posible representaría el fin del pensamiento mágico como explicación de la realidad y el inicio de una espiritualidad laica, cuya base doctrinal ya no sería la creencia sino la ciencia. Un pensamiento en el que no importa si hay una vida para mí después de mi muerte sino si hay futuro para mi especie y en qué medida contribuyo individualmente a que así sea. Muchos daríamos lo que fuera, la vida y la muerte, por nuestros hijos. Otro incluso lo harían por su tribu, su grupo, su nación. ¿Porqué no por su especie y porqué no estructurar la visión de mundo en torno a ese concepto y no en torno a la creencia de que hay un dios y que sólo somos sus instrumentos? ¿Porqué no intentar mejorarnos como colectivo en lugar de pasar por la vida de forma tan irracional, como si éste fura un banco de pruebas, un examen para una vida ulterior?

Y no digo que eso sea la panacea, sino que podría servir como un posible, minúsculo y modestísimo punto de partida hacía una de las direcciones que podría tomar nuestra espiritualidad en la sociedad de la información en la que vivimos, para la que no creo que nos sirva la misma simbología mística que hasta ahora.

Lo que queda claro es que los que sentimos que nuestra vida vale por si misma, sin necesidad de trascendencia alguna somos una minoría. Y por más ridículo que veamos que la gente siga creyendo en que un hombre mágico nos vigila desde otra dimensión y nos premia y castiga por nuestros actos y deseos, la mayoría de la gente adopta explicaciones de esa índole para que su existencia sea completa. La gente cree en la reencarnación, en la suerte, en la religión, en el destino, en las cartas, en los espíritus de los muertos, en los ángeles, etc.. Y obviarlo o considerarles unos incapaces no nos va a ayudar a comprenderles ni a convencerles de nuestras posiciones.

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