lunes, 12 de enero de 2009

Inmigrantes

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¿Por qué no nos acordamos más a menudo de donde venimos realmente? ¿De qué hambres, de qué miserias?

Tal vez las reconocemos en el hambre y en la miseria de los nuevos inmigrantes y puede que por eso nos incomoden. Tendríamos que recordar que antaño todos fuimos así. Todos llegamos a la tierra que hoy es nuestra con la casa a cuestas, con la ambición y los piojos y las ganas de prosperar. Todos fuimos en su día ignorantes, paletos, atrasados y toda la sarta de ruindades que les aplicamos a ellos. Son trabajadores orgullosos de serlo y de usar las manos para trabajar. Clase trabajadora desacomplejada de tanta tontería de niño rico. Un día todos fuimos ellos. Son nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros ancestros.


Y tienen mucho que enseñarnos. Que la vida no te la regalan y que hay que ganarse el pan. Que nadie tiene derechos por encima de su trabajo sólo porque haya llegado aquí antes. Viéndoles levantarse cada día y oyéndoles cantar mientras trabajan podemos entender que no tenemos derecho a ser mantenidos. Tal vez así dejemos de quejarnos de que papá no nos mantiene, de que el estado no nos mantiene, de que el gobierno no nos mantiene.


Sólo hay que compararlos con esos jóvenes que estrenan moto o coche que les ha regalado su papá y que pasan de estudiar aunque tampoco encuentran ningún trabajo que les convenga. O con esos que sólo se quejan. Del gobierno, de que no tienen trabajo, de todo, pero que en realidad no luchan por nada. Y por ello, nada merecen. Resentidos envidiosos que les reprochan que estén aquí, que sus hijos vayan a la misma escuela que los suyos, que crean en sus propios dioses. Odiadores profesionales que engordan las filas de la intolerancia, del “yo no soy racista, pero”, incapaces que no pueden soportar que esos “negros”, que esos “moros”, que esos “sudacas” sean mucho mejores que ellos. Cómplices, cada uno con una historia sobre ese moro que asa corderos en el suelo del salón o a ese negro que tantas drogas debe vender entre su trabajo de camarero y el de cuidador de ancianos. O sobre ese electricista rumano que vete a saber de donde ha sacado el dinero para comprarse ese R12 de décima mano. Cobardes que temen el fantasma de una integración que les dejará aún más orillados en las alcantarillas ideológicas en las que se empantanan carajillo tras carajillo. A esos es a quienes debemos temer y no a los inmigrantes.


Yo soy hijo de un país en continua formación. De una país hecho de íberos, fenicios, griegos y romanos, visigodos, francos carolingios, árabes y judíos, españoles y franceses. De la inmigración castellana, murciana, extremeña y andaluza del siglo XX i de los recién llegados de todo el mundo en el XXI. Sin duda eso me ha hecho mucho más rico de lo que sería si no hubieran llegado hasta aquí para quedarse. Y sé que mis antepasados y su ansia de avanzar, llegaran de donde y cuando llegaran, no tuvieron porqué ser mejores que ese senegalés que pasa ahora bajo la ventana mientras lo escribo.

Apocalipsis

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El odio y el miedo, a partes iguales conforman hoy día ese espíritu ultraderechista en el que ha instalado cómodamente la derecha española. El que se vierte en cabeceras de prensa donde pontifica sobre moral el trasvertido ex-amante de Exuperancia Rapú. El que emiten los obispos aleccionando a sus huestes a semejanza de Torquemada, traicionando el mensaje de su mesías. El que vomitan periodistas-terroristas con 87 asesinatos a sus espaldas anatemizando la política antiterrorista de un gobierno democrático, El que sigue mintiendo desvergonzadamente sobre el mayor asesinato terrorista de la historia de España, pataleando porque la realidad no se ajusta a sus intereses oscuros. El que insulta a presidentes de gobierno, a alcaldes, a diputados i senadores, a jueces, a periodistas, a colectivos cívicos, a ongs, a.... Contradicciones instaladas en el pensamiento colectivo de una horda de mentirosos que solo buscan acojonar a sus conciudadanos cada mañana para que las cosas se puedan poner cada día peor. Sólo desde el desastre, desde la desesperada convocatoria a la catástrofe, pueden calar sus tesis basadas en el miedo cerval al cambio, a la modernidad, a que se ventile la putridez en esa casona en que quieren convertido su país. La prosperidad, desde luego, no favorece su negocio.


Cobardes que gritan “meteos vuestros muertos por el culo”, que arremetían contra una niña que acaba de ver cómo asesinaban a su padre un siete de marzo, achacándole que es cómplice de los asesinos sólo por pedirnos que acudiéramos a las urnas al día siguiente para responder con votos a los terroristas, o contra una madre por defender con la búsqueda de la verdad su dolor y el respeto a la memoria de su hijo en una comisión de investigación del Congreso. Cobardes esbirros de un canal de televisión que acosan a una periodista que intenta entrevistar a un mafioso. Cobardes que insultan sólo por ser mujer, por ser catalán, por ser gay, por ser ateo, por ser socialista, por ser ecologista, por, en definitiva, no ser como ellos te exigen que seas. Cobardes. Cobardes y embusteros.
Una derecha que ha perdido las formas que la llevaron a ser un día Ucd y que no tiene pudor en insultar groseramente a un enfermo de Alzheimer si con su chanza pueden humillar a una figura histórica determinante en que hoy podamos hacer cosas como debatir entre nosotros en estos términos, apropiándose de su legado con ese tono entre cuartelario y carcelario que les es tan propio.
De la mano de una iglesia que se adueña del concepto de nación, que casa a príncipes no en nombre de la Iglesia sino en nombre de un país, como dice en la homilía el capo espiritual de su patria. El cártel episcopal pontificando sobre la unidad de España, despreciando el espíritu de su prelatura. Alentando, durante años, sábado tras sábado, la comunión de obispos y ultraderechistas, dirigentes del PP y de DN, de la manita tras pancartas oprobiosas i vergonzantes. Revanchismo con mitra, gafas ahumadas i dientes apretados. Si, hay que tener memoria y recordar esas mezclas orgiásticas de avemarías y vivaespañas, de águilas de San Juan y toros de Osborne, de cruces latinas y gamadas. Autocares financiados mediante treinta denarios en forma de casilla en el IRPF para insultar a los que no pensamos como ellos, sin matices. Políticas calcadas para defender la misma idea de la configuración territorial de España, como si eso fuera tarea de la iglesia , que separa incluso a los propios católicos por razón de sus ideas políticas. Para alcanzar el paraíso, a los fieles ya no les basta con creer en dios y seguir sus preceptos. No. Además hay que tener unas determinadas ideas sobre política autonómica y antiterrorista. Así, homosexuales, independentistas, mujeres que abortan, investigadores médicos, ministras, librepensadores, maestros de educación para la ciudadanía, divorciadas y divorciados, Ongs que reparten preservativos, feministas, etc., no sólo en el mismo infierno sino en la misma olla hirviente.
Delincuentes convictos llamando asesinos a políticos catalanes o vascos. Terroristas que remataban a martillazos en la cabeza a policías en el suelo de una sucursal bancaria llamando etarra al presidente de un gobierno democrático. Rumores interesados, falsas acusaciones, faltas de respeto a las instituciones, llamamientos a boicots de productos catalanes, proclamas a favor de suspender la autonomía vasca, barbaridades como que ahora gobiernan , la muerte de España para el próximo lunes (o martes), niños de siete meses vistos por TV metidos en trituradoras, complots homosexuales para perseguir sexualmente a niños pequeños, el feminismo como culpable de la violencia de género, doctores que asesinan a cientos de enfermos en hospitales públicos, instauración de la eutanasia para acabar con los enemigos políticos, ministras inútiles por su condición de mujer (“las modistillas de Zapatero”), masturbaciones en grupo en clases de educación para la ciudadanía, …. Un escenario apocalíptico para justificar cualquier respuesta.

Ruindad descarnada desprovista de artificio. Una derecha mutante y polimórfica que excreta igual sus ansias de venganza desde el púlpito irresponsable en una aldea gallega como lo hace desde las nuevas tecnologías, aquí mismo, con la fluidez que favorece el anonimato. Un tóxico incubado desde siempre, en ambientes de tradición franquista, por quienes han dejado de jugar a ser demócratas vista la experiencia de haber perdido el poder a manos de “los otros”. Un tóxico que se alimenta de la crispación cotidiana, del enfado, de la excitación, hasta provocar el crecimiento del odio irracional de la masa enfervorizada. Y ahí están ellos, los de siempre, los “españoles de bien”, para dirigirla. Por desgracia, en España ese mal es crónico, pero puede prevenirse preguntándonos, ante ese ciudadano indignado ante el financiamiento autonòmico, o la corrupción del gobierno, o la inmigración, o lo que den esa semana en su radio: ¿Pretende que se arregle o pretende que empeore para justificar su ira? ¿Lo hace para contribuir a su solución o para poder soltar eso de “todos son iguales”, que es como decir: todos son como yo, miserables?
Si de algo carecemos aquí es de una cultura de la convivencia. Y nuestro camino hacia esa cultura nos aleja siempre de la ultraderecha española. Por eso quieren destruirla a toda costa.

En fin, vómitos provocados por el pánico a la libertad de una chusma que, instalada en letrinas de mármol, tiene encerrada en su retrete a la derecha democrática, sin cuyo concurso su país no podrá salir adelante.

Terrorismo machista

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Un año más, día tras día, se ha superado con creces la lamentable estadística que reza, como un mantra sombrío, que el terrorismo machista se cobra más de una victima a la semana. Y como en cualquier otra forma de terrorismo, nadie está a salvo. Ningún estrato, ninguna nacionalidad, en fin, ninguna familia, puede sentirse al margen de esta lacra vergonzante para una sociedad moderna com la que aspiramos a construir.


En días como éste, tan perverso como cualquier otro, en el que leemos, con una indignación sorda que no dejamos morir a manos la displicencia que acompaña la cotidianidad del crimen, que ayer el terrorismo de género dejó a tres familias huérfanas de madre, de hija, de hermana, de esposa, de amiga. Tres conciudadanas nuestras. Tres cruces en nuestras filas. En estos días pues, nuestras pesadillas toman dos formas muy concretas. Una, la individual, contra la que pocas armas nos da la naturaleza humana.

Pero también toma otra, a mi juicio conlleva mayor carga de perversidad, ya que no actúa movida por un golpe de sangre, sino por intereses cobardes. Me refiero a la legión de apologetas, de articulistas, de webs que, entre nosotros, a modo de quinta columna del terrorismo, ampara, justifica, jalea y comprende al maltratador. Complicidad culpable.


Todos los grupos humanos tienen sus códigos, sus hermandades, sus sistemas colectivos de exaltación; clases sociales, clubs de fútbol, partidos políticos, etc.. Los hombres también tenemos el nuestro y en él nos hemos reconocido desde siempre. Pero nuestra masculinidad ha tenido tradicionalmente también un trasfondo de beligerancia hacia las mujeres. Y esa beligerancia, por desgracia, causa bajas.


Ya sabemos que no todos los hombres son maltratadores, que sólo una minoría son asesinos, pero tras cada agresión, una vez desprovista de esa capa individual, emerge un elemento ideológico claro. Terrorismo machista.


Y para que alguno de esos terroristas pasen a la acción debe existir un sustrato dogmático, una coartada moral que se asiente en nuestro imaginario colectivo como hombres. Machismo. Machismo imbuido en generaciones de españoles en textos escolares franquistas, en anuncios de detergentes, en películas casposas, en chistes de puticlub. En el “o mía o de nadie” Hombres-hombres, castigadores y despreciativos. “Todas putas”. Nuestras hijas sometidas al acoso de viejos verdes. “es que van provocando” Obispos que ven esta provocación en niñas de trece años. Siglos de “la mujer en casa”, el ejemplo sumiso de nuestras mayores.


Tras cada maltrato, tras cada asesinato, tras cada asesino, hay un hombre que teoriza, que acusa, que señala. Y después otro que justifica. Webs que justifican. Terrorismo contra las mujeres. Terrorismo y su apología.


En ese sentido, el lenguaje no es inocente. Términos como dictadura hembrista, ideología de género, feminazismo, y resto de semántica en uso por la legión de fracasados sociales a los que convence es, en sí misma, tan pobre, tan inconexa con la realidad, producto de una mentalidad tan triste y desoladoramente maniquea que daría pena si no fuera porque es en base a esa visión del mundo que se justifica el maltrato a las mujeres.


La culpa de que a esa mujer la hayan tirado por la ventada, disparado delante de sus hijos, degollado en su puesto de trabajo tiene que ser evidentemente del feminismo radical y no de terrorista de su marido, novio, acosador. Debe ser culpa de esas putas feministas que la convencieron de que era mejor dejarlo que seguir sufriendo sus palizas. De esas hembristas que malmetieron para que ella se rebelara ante las constantes humillaciones. Todas putas, ya se sabe. Porque, como sostienen multitud de webs, de foros, de conversaciones de barra de taberna, los hombres están indefensos. Por eso a Ana Orantes su marido la roció con gasolina antes de prenderle fuego. Pobrecito, víctima de esas feministas de género…. No es que esa pobre víctima que anteayer apuñaló a su ex-pareja en un ataque de cuernos sea malo, no. Es que como tenía que paga la hipoteca y el juez le echó del piso donde le rompía los dientes a su mujer cada día tras emborracharse con los amigos, claro, no tuvo más remedio que matarla. ¿Queréis estudios científicos que concluyan que la mujer es más maltratadota que el hombre en el ámbito doméstico. Algun articulista ya se ha hecho eco de ellos. Será por falta de escrúpulos... Todo está permitido en esas letrinas del pensamiento donde el hombre es un pobre inocente al que el divorcio convierte en una bomba de relojería por culpa de una mujer que quiso librarse de él antes de morir en sus manos.


¿Y nosotros? ¿Qué nos pasa? Porqué no nos encendemos cuando oimos a alguien hablar con ese sentido patrimonialista de la vida de su mujer. ¿Por que les dejamos seguir amenazando el dia de mañana a nuestras familias? ¿Cómo podemos escuchar impasibles que se justifique a un criminal cobarde que tras, pegar durante años a su mujer, cuando ésta al final lo deja, no tiene más remedio que matarla sin escupir con toda la dignidad de nuestra condición masculina, al terrorista que tenemos a su lado? ¿nos imaginamos oír en el restaurante cómo en la mesa contigua alguien argumenta ,lo bien que estuvo que Eta pusiera esa bomba en el Hipercor sin decirle lo que pensamos de él? Pues este año el terrorismo doméstico ha matado ya a más de setenta mujeres. Compare. Y la lista de heridas, afectadas i afectados es inacabable.

Pero ellos también proponen soluciones en esas columnas, en esos púlpitos, tras las pancartas, las jaculatorias y la decencia y moral. Claro, claro. Veamos:

¿La solución para evitar la violencia doméstica? Evidente: Modificar la ley del divorcio. Imagino que será para que no puedan escapar... Tal vez no bajen los maltratos, pero no tendran que preocuparse de que se vayan a denunciarlos, de que se queden con sus casas y sus hijos cuando, cansadas de golpes y humillaciones, quieran irse con las hembristas a difamarlos. Y otra mejor: Para evitar el alud de denuncias falsas con el único propósito de romper la família para quedarse con todo, no admitir denuncias salvo evidencias (y además, evidencias muy claras, no cualquier evidencia) Hay que investigar que no se haya llenado ella misma el cuerpo de moratones antes de emitir una orden de alejamiento, que cosas peores hacen para quedarse con los hijos y con esa mierda de piso en el que tienen que permanecer insomnes noche tras noche para evitar que se cuele otra vez en su vida con una recortada.

Y siguen justificando a esos animales que no pueden asumir que esa mujer que era “suyaesté ahora con otro, que sus hijos, espectadores inocentes de sus desmanes, no quieran verlo ni en pintura. Seres inadaptados que no puden comprender como tanos otros hombres separados siguen viviendo con normalidad. No pueden asumirlo por su profundo complejo de inferioridad, por su cobardía, porque saben que otro será mucho mejor en la cama, mucho mejor educador para sus hijos. No pueden porqué sin su parcela de poder doméstico no son nada. Nada. Sólo les definen como personas el odio a las leyes que las han permitidos escapar. Odio a la sociedad que las ha dictado arrinconándole, sin ninguna posibilidad de rehabilitación convivencial, moral, vital. Odiando. Odiando a su ex mujer, odiando a todos los que no comparten su visión sociópata de las relaciones de pareja. Y ese odio es lo que da sentido a su vida, vacía de cualquier otro sentimiento.

Sólo. Incapaz de vivir entres quienes sentimos que las leyes nos ayudan a proteger a nuestras familias de las bestias como él. Sólo y sin otro apoyo que el de los cómplices de sus crímenes. Los que le justifican cada vez que le asalta la idea de matarla. Quienes le dicen: Tienes razón. Es tuya, tu mujer, tu familia. Tú eres una víctima. Tienes derecho a defenderte. Tienes todo el derecho. Cómplices de un nuevo asesinato.

Respeto para nuestras mujeres, para nuestras hijas, madres, hermanas, amigas. Para todas. Y educación en esos valores para que ejemplos como los del profesor Enrique Neira dejen de ser actos de heroísmo y se diluyan en la cotidianidad.

domingo, 11 de enero de 2009

Miedo

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Es realmente increíble observar cómo la derecha española se ha instalado en el miedo como forma de relacionarse con la sociedad. ¿Porqué será que viven siempre tan acojonados...? Alguien en Catalunya quema una fotocopia y España se rompe, el Gobierno firma cualquier convenio con Marruecos y ya ven a los moros desfilar por Ceuta en sus tanques, recuperados de la derrota histórica de Perejil, que se les debió doler más que la de Lepanto, por lo que se lee y se escucha. Si se cambian de archivo unos documentos expoliados, se desmembra la nación.

El Lendakari convoca un referéndum (que no llega celebrarse) y ya están todos vociferando con que se quedan sin España. Y especulan con esotéricas conexiones islamico-etarras. Una señora en calcetines da una rueda de prensa donde les susurra que “tiene la impresión” de que se va a vender Navarra y ya están todos sin poder dormir. Si hasta les asusta que llamen a la selección "la roja", que en Catalunya se hable catalán, que en Galizia haya escuelas gallegas. Incluso algunos se alarmaban de que el Parlament de Catalunya hubiera aprobado una ley para que los maltratadores no heredaran.

Les amedrenta los jueces, que los alcaldes de Madrid no sean neonazis, los homosexuales que se casan, los maestros que enseñan educación para la ciudadanía, los gitanos, las ministras, los sindicalistas, las carnicerías musulmanas. Tienen un idioma de casi cuatrocientos millones de hablantes, pero se sienten amenazados por las subvenciones al catalán de la Generalitat de Baleares.

Les espanta Pilar Manjón, la cultura de Lorca y Picasso, los actores y cantantes desafectos, los votos que no van a sus partidarios, la investigación médica con células madre, que las mujeres decidan sobre su cuerpo, que se enseñen derechos humanos en la escuela, que haya lesbianas que se besen en la calle, que se ampare a quien decide dejar de sufrir. Y que no se les reverenciemos cuando pasan por nuestro lado, porque están convencidos que lo merecen.

Tiemblan ante la escuela pública y laica, o porque que se cambien los crucifijos por tablas periódicas en las aulas, ante la escolarización en la tolerancia y la igualdad. Ante que el oscurantismo y la magia ya no sea asignatura obligatoria y en cambio sí lo sea el estudio de la evolución. Ante que sus hijos no arrastren sus mismas patologias ideológicas y que eso les ponga en evidencia. Ante los que no besamos el anillo a los obispos, los que no creemos en dioses ni en iglesias, los que no escuchamos voces en nuestra cabeza porque no sintonizamos la Cope. Y encima somos “chusma roja” porqué nos reímos de sus paranoias.

Van todo el día con lo de “ZP entrega Navarra a Eta”, “En Cataluña se persigue el castellano”, “España se rompe”, El Psoe ha causado la crisis mundial” “los inmigrantes no se integran”, “no sabemos nada del 11-M”, “en la escuela se enseñan a los alumnos a masturbar a sus compañeros” “Euskadi se separa” “en Iraq hay armas de destrucción masiva, los españoles pueden creerme” y demás marcianadas como si fueran “zombies” descerebrados, pidiendo cadenas perpetuas y penas de muerte como si eso les pudiera proteger del miedo que tienen a todo. Y así les va, elección tras elección. Están dejando a su país sin una oposición viable al gobierno y eso es nefasto.

Miedo, en fin. Miedo al inmigrante, a los derechos de la minorías, que parecen desasosegarles, a los homosexuales adoptando, a los vascos hablando euskera, a los ciudadanos votando a la izquierda. Miedo a las opiniones contrarias, a los magistrados “traidores”, a las leyes contra el maltrato. Y sobretodo miedo ante la posibilidad de que los problemas puedan arreglarse sin ellos, a que tengan que pasar más años viendo como gobiernan los vencidos.

Han substituido lo del contubernio judeo-masónico en lo social y comunista en lo político por esa retahíla de barbaridades tan exóticas como eran las que pronunciaba Franco, pero viven, como los franquistas vivían, siempre asustados, añorando al Cid, sobresaltándose por un anuncio del Ikea, por un rótulo comercial de Barcelona, por un chiste de Beatriz Montáñez, por una bandera descolgada de un balcón municipal en cualquier rincón rural de Catalunya, por una luna rota en una comisaría de Madrid o por cualquier otra ocurrencia de ese delincuente (el primero en reírse de ellos) que vomita sus frustraciones, delirios y complejos de inferioridad por las mañanas y que les provoca un profundo síndrome de Diógenes intelectual.

Indigentes ideológicos asustados ante la libertad. ¿Esa es la oposición que se merece su país? ¿Serán capaces de imaginarse cómo les recordará la historia? Vergüenza eterna para esa derecha y su miedo.

Diferencias?

Cincuenta millones de segundos

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Mañana, 12 de enero, cincuenta millones de segundos sin fumar. No ha sido fácil, pero, con la perspectiva de esa distancia de dieciocho meses recorrida, tampoco ha sido especialmente difícil.

Los principios fueron como los de todos, duros, incluso desesperantes en ocasiones, como ya sabéis todos los que habéis dejando de fumar. En mi caso, el detonante fue el diagnóstico de una enfermedad pulmonar. Pero, a los pocos días, ese no era ya el motivo, sino solamente el punto de inflexión que me llevo a tomar la decisión. Porqué cuando el ansia apretaba, creo que con eso no me hubiera bastado.

También me ayudaron algunas personas, virtuales como tu y reales, como mi mujer, mi madre, y mi hijo algunos amigos y algunos otros conocidos solamente, pero que ayudaban a levantar ese ánimo y a alimentar mi autoestima para no defraudarles. Aunque seguro que, cuando la adicción se hacía tan real, eso no me hubiera bastado.

Los motivos de no seguir fumando pasaron a ser los regalos que empecé a recibir de forma casi inmediata, ya sabéis, los aromas, las escaleras empinadas que se hacían más cortas, el aliento fresco, esa tos matutina que no aparecía, el placer de frecuentar el foro de no fumadores, el ejercicio diario que ya eras capaz de afrontar, etc … Pero en los momentos peores, creo que con eso no me hubiera bastado.

Entonces, diréis, ¿que fue lo que hizo que se diera la vuelta la situación? No creo ser diferente a ti en eso. A mí me paso lo mismo: Recuperé mi vida. No hablo de la salud solamente, no…. Claro que es importante, pero a veces no es suficiente. Me refiero a ese sentimiento remoto, que el transcurso de los años de adicción entierran en un rincón recóndito e inalcanzable. Esa sensación casi ignota, pero extrañamente cercana, de que eres capaz de hacerlo, de vencer, de abandonar, de un sólo golpe de voluntad, algo que te ha acompañado en todos los momentos de tu vida que eres capaz de recordar (tu primera novia, el nacimiento de tu hijo, el fallecimiento de tu padre, esa fiesta, esa pena, eso, todo).
Y así, inesperadamente a veces, en un momento determinado de este camino, te das cuenta de que algo en lo que te rodea es sutilmente distinto, que los recuerdos de tu niñez, de tu vida sin tabaco, te frecuentan… Y al fin lo reconoces: tienes una nueva vida. Una fuerza de voluntad que incluso te cuesta reconocer y que usarás a partir de hoy para todo. Tus hábitos, nuevos, esta vez los has escogido tú. Es esa emoción, ese entusiasmo que se crece con las dificultades y los éxitos, cada vez mayores, cada vez más consolidados, más seguros. En ocasiones cada vez más frecuentes, tu determinación se alimenta sorprendente y eficientemente de tus ganas de fumar. Cuanto mayores son, más fácil es obviarlas. Tu decides otra vez, casi por primera vez en mi caso. Es una experiencia que parece moverse imprecisa y deliciosamente en los bordes de la felicidad.

Y así, después de años de ignorada esclavitud, de pronto encuentras una libertad que ni siquiera sabias que existía. Y la disfrutas, plenamente consciente de que te la has ganado de la única forma posible.

Si me lees dejando de fumar, haz como yo. No sufras dejando de fumar. Al contrario. Disfruta de ello, como en el poema de Kavafis. (http://www.cica.es/aliens/gittcus/kavafis ). Sólo eso. Ánimo al desanimado, paciencia al ansioso, convicción al indeciso.

Y gracias por leer esta entrada.

Banderas

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Nunca he entendido esa extraña pulsión de la derecha española con los símbolos y las banderas. Ese patrioterismo textil les lleva incluso a clasificar a las personas en dos bandos, “los nuestros” o “los enemigos”, según la graduación del color de la franja inferior de la bandera, o de si lleva dos o cuatro franjas, o de si lleva un águila o una gaviota o un gorrión. Sólo eso les basta a sus apóstoles para poder alinear a la gente ordenadamente en esos estantes mentales donde conservan en formol su ideología y así poder etiquetarnos cómodamente: terrorista, ilegal, separatista, mariquita, etc.. ¿Para que molestarse en analizar opiniones de nadie? Les basta el número de referencia Pantone.

Ello les lleva indefectiblemente a calificar a los catalanes de nazis, de separatistas de perseguidores del castellano, de antiespañoles, etc.… En casos como el mío no necesitan más que fijarse en la letra final de mi nombre para permitirse diseccionar cómo pienso, sin más esfuerzos. Y me llaman a menudo Joaquín, escupiendo la n, con ánimo (infructuoso, créanme), de molestarme. Mi catalanidad parece ser incompatible con su concepto de la patria, aunque ello no les priva de recordarme que soy español con el mismo desprecio que los vaqueros marcan a las reses. Y después, cuando alguien se defiende de ese escarnio haciendo gala de su legítimo derecho a sentirse diferente, le machacan con ese ridículo aire de suficiencia del paleto que cree tener razón cuando rebuzna sus deformidades ideológicas ante sus avergonzados conciudadanos. Y es que muchas veces lo único que queremos es ser distintos de lo que ellos representan.

Creen personificar a su país y a su bandera, pero en realidad no representan más que ese empecinamiento casposo, ese oscurantismo medieval que niega siempre la amenaza de la modernidad. Pretenden, en pleno siglo XXI, los que todavía mantienen que la evolución es un fraude y la homosexualidad una enfermedad, escamotearnos la investigación médica o la formación en las libertades. No son más que los restos de la inadaptación social de los herederos de Fernando VII o de los generales golpistas de siglo pasado.

Sus monomanías textiles no les permiten entender que la lealtad para con sus conciudadanos debe estar por encima de unas gamas cromáticas, o que un energúmeno envuelto en un trapo de colores no tiene bula para insultar por ello a cualquier paria sin bandera. ¡Claro que de sienten perdidos sin sus insignias, sus muñequeras, sus pegatinas y sus banderines de corner con el águila imperial! Su patria sólo incluye a los que piensen exactamente lo mismo que ellos y exactamente de la misma forma. Viven mentalmente en un país tan pequeño que sólo los suyos caben en él.

Son el ejemplo de todo en lo que no queremos parecernos. No conciben que exista vida política fuera de la meseta central y el castellano. Siguen tratando al sur de España como esos territorios arrebatados al moro, subvencionados e inútiles para ser nada más que el solaz de Castilla. Tienen un terror irracional y ciego frente a los que hablamos catalán, vasco o gallego y que tenemos otros referentes que la Puerta del Sol o la Plaza de las Ventas. Cualquier variación en su discurso monolítico y monocolor (aunque venga de sus propias huestes como hemos visto hora) provoca el temblor de todo su andamiaje ideológico, tan huérfano de cimientos sólidos más allá de los gritos de Santiago y cierra España y de las coplas de la Pantoja.
Aborrecen a Bardem y adoran a Arturo Fernandez Soria, denostan a artistas que nunca han disfrutado y que, en su cacareada y autoinflingida incultura, nunca serán capaces de apreciar. Se ríen de los derechos sexuales de las minorías con cualquier chanza que han aprendido de Ussía, o de Burgos, o de Vidal, creyéndose superiores, pero en realidad sus fobias, paranoias y complejos les convierten a nuestros ojos en viejos verdes, en payasos sin gracia, en escoria intelectual.

Se aborregan ante delincuentes que traman en marisquerías de lujo la próxima barbaridad que les instará a secundar desde su micrófono mientras calculan con sus móviles de última generación los beneficios, deducida la multa judicial, que les reportará que sus gregarios vuelvan a caer en el más grotesco de los ridículos. Se arrodillan ante obispos corruptos que olvidaron el avangelio en el momento en que se apoltronaron ente multitudes ávidas de una venganza divina que ellos mismos instaron. Carne de cañón para la élite de Serrano, que se ríe de ellos en cada party, entre lingotazo de añejo y fragor de visa oro.

Y encima se creen alguien… ¿Y nos quieren dar lecciones? Nosotros somos ahora el presente. Hablamos idiomas, no nos asusta compartir trabajo con una lesbiana, ni nos extrañamos de que ese colega sea musulmán, (o sintoísta). Hemos dejado de notar el color de la piel de quien se sienta a nuestro lado en el Metro, y en cambio lo hacemos en su lectura. El placer de mestizaje y el derecho a la diferencia. Esa es nuestra bandera. Esperamos de los demás lo mismo que estamos dispuestos a darles, una mirada sin distorsiones cromáticas ni sexistas. Esperamos que nos ayuden a aprender, y que nos ayuden a morir cuando nos llegue el momento.

En cambio ustedes, los Últimos de Filipinas, están tan acabados como Alfredo Mayo. Ahora es nuestra hora. Fíjense en nosotros, somos todos esos que nos sonreímos cómplicemente cada maña en el bus. Fíjese en el futuro que nunca podrá alcanzar. Y deje de joder con la banderita, tarado.

El declive de la magia

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La socialización del conocimiento lleva al cuestionamiento de la magia religiosa como respuesta tal y como la hemos conocido durante los doscientos mil años en que los paleontólogos cifran nuestra huella. Durante ese periodo, la humanidad en su conjunto no ha tenido acceso al conocimiento, cuya liturgia estaba reservada a los iniciados, a los guías de un conocimiento interesado, y donde la observación de los hechos naturales y su explicación sobrenatural estaban intrínsecamente entretejidas, bien por interés dominativo, bien por comodidad epistemológica (ya que los que se erigían en intérpretes de la realidad no tenían ni la respuesta, ni la capacidad para obtenerla, ni el espíritu inquisitivo imprescindible para hacerlo, acomodados en una posición de poder). Es recurrente en la historia, en esas circunstancias, perseguir la duda y simplificar las explicaciones, siempre sobre la base de la creencia, ya que la duda conceptual queda siempre fuera, por definición, de ese sistema acrítico.

Eso no sólo ha sido válido para la especulación puramente teológica, sino también, a causa de esa indiscernible amalgama doctrinaria, el empirismo académico imperante hasta finales del siglo XIX (sino más allá), donde teorías tan universalizadas como la de la evolución darwiniana eran anatemizadas como la iglesias cristiana anatemizó el heliocentrismo copernicano.

Hoy, al menos en el denominado primer mundo y, de forma imprevisiblemente acelerada en países emergentes como China e india, que representan un tercio de la humanidad, el acceso al conocimiento en distintos grados, está al alcance de todos lo que, forzosamente, debe estimular el espíritu crítico global. A pesar de que el peligro de que la manipulación informativa pueda poner en peligro ese pensamiento analítico, encaminándolo hacia la uniformidad acomodaticia, ésta, en definitiva, no debe dejar de ser una perversión inevitable, pero a la larga superable, en la medida en que el acceso a los hechos y a las opiniones esté cava vez más universalizado. Y podemos poner ejemplos: En los EUA, donde la información sobre la guerra de Irak está censurada y las consignas falsas e interesadas se han descubierto frecuentes, la población, paulatinamente, deja de creer en las fuentes que identifica como manipuladoras (como las gubernamentales). O el estado español, donde el intento por parte de la derecha de redefinir la realidad a su medida desde determinados medios ha fracasado estrepitosamente entre el ridículo. Curiosamente, ambos intentos han sido perpetrados por fuerzas bien vinculadas indiscerniblemente a la religión organizada, bien por ella misma desde sus propios medios. Debemos congratularnos de su fracaso y describirlo como un ejemplo de nuestro punto de vista porqué, a pesar de todo, la duda y la necesidad de conocimiento para desvanecerla avanza en dirección totalmente opuesta a la de nuestros antepasados y el refugio esotérico está hoy completamente vació de conciencias inquietas.

Ese pensamiento independiente y crítico con la explicación paranormal de la realidad a través de la religión, si bien ha existido durante las últimas centurias, no es menos cierto que ha sido minoritario e insuficiente para romper con milenios de fe en la magia como explicación. Pero ahora ese choque se está produciendo ante nuestros ojos. Ese debe ser, por encima de la tecnificación o del caos medioambiental, el hecho diferencial del espacio de historia en el que nos ha tocado vivir. Somos quienes mataremos a los dioses i liberaremos al hombre de su esclavitud ancestral, para llevarlo donde pueda divisar cotas de humanización hoy sólo entrevistas y, en todo caso, incompatibles con genuflexiones ante ídolos que, a la fin, sólo nosotros hemos inventado y que han acabado dominándonos. Ningún dios nos ha hecho, sino nosotros a todos ellos. Ha llegado el momento de prescindir de ellos porque el concepto mental que representaban ha dejado de sernos útil.

Hay que dar el siguiente paso. Nosotros somos el ariete.

Educación

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Nos encontramos a menudo con afirmaciones que socialmente hemos aceptado sin cuestionarlas y que, en mi opinión, esconden en ocasiones perversidades conceptuales básicas.

Una de ellas es el indiscutido derecho parental a la educación. Si bien en su acepción original no sólo es válida, sino que es sin duda necesaria, las sociedades modernas disponen ya de instrumentos de corrección social que deberían usar con más fuerza.

No se trata de imponer desde el estado una visión unificadora de la realidad, a modo de adoctrinamiento totalitario, sino de educar en la aceptación (cuando no asunción) de los valores que, democráticamente, la sociedad ha aceptado como pilares de nuestra convivencia, progreso y avance.

Por eso, el físico que intenta inspirar a su hijo los valores emanados de la racionalidad empírica, o el payés que enseña a su hija la importancia del amor por la naturaleza no debe llevarnos a bajar la guardia frente a quien (y en un ámbito que podríamos definir de cuasi global), niega sus bajezas a fuerza de intentar perpetuarlas en su descendencia. ¿Quien no conoce a un machista, o a un racista, o a un homófobo que, a fuerza de chistes, de groserías, o abiertamente de opiniones, no intenta que su hijo se le pareciera también en eso?

Y aquí entra en juego la responsabilidad parental, que, en la medida en que esta educación responde a modelos tan distintos y cuyo nivel de consecución es tan variado como variados somos los humanos, con todos los grados de éxito y de fracaso de la escala, deviene, casi por definición, en una caótica heterodoxia de planteamientos y de aplicaciones modelares. ¿Hasta que punto somos todos aceptablemente responsables a la hora de educar? Yo formo parte de una generación en la que no existían modelos sociales más allá del de los padres, con todas sus cargas ideológicas particulares. A nosotros, los que ya no volveremos a cumplir los cuarenta, nos enseñaron, por ejemplo y entre otras muchas cosas, que la trascendencia de practicar relaciones sexuales variaba según el sexo y que, además, aún cuando la despojáramos de valores absolutos, una determinada tendencia sexual era negativa per se, aunque sólo fuera por la marginalidad social a la que conducía irremisiblemente. Y, para contrarrestar ése y otros oscurantismos, tuvimos que buscarnos la vida (y, encima, las respuesta que contenían elementos de progreso estaban absolutamente ideologizadas , en un momento histórico, la transición, en el que en política sólo parecía ser válido el dogma.)

¿Quien debe poner coto a esos desmanes educacionales? Nosotros, sin duda. La sociedad democráticamente organizada, que debe velar para que el niño no se convierta en un marginado social, producto de su adscripción al racismo o a la homofobia, por ejemplo, o en un energúmeno patético que niegue la igualdad de géneros porqué su padre le inculcó una visión retrógrada de las mujeres. Velando por él velaremos paralelamente por el progreso conjunto de la humanidad, objetivo primigenio de nuestra organización social.


Digámoslo alto y digámoslo claro. Nuestra juventud no debe ser nunca más vehículo de las patologías antisociales, religiosas o abiertamente delictivas de unos padres manifiestamente incompetentes, en el sentido más literal del término. Es necesario que la educación pública lo corrija, explicando a los niños en qué clase de personas esperamos que se conviertan. Y, sobre todo, desconfiemos de los padres que, afirmando estar en posesión de la verdad, quieran negar a sus hijos la normalidad ideológica democrática y mayoritariamente aceptada. Sólo quieren perpetuar sus propias taras para que les sean más llevaderas.

El síndrome de San Pablo

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Todos los que hemos fumado nos hemos encontrado durante ese periodo (nuestros años oscuros (u oscurecidos por el humo)) con gente que, con diversa intención, han blasmado nuestro vicio. ¿Recordáis cuál era vuestra actitud frente a ellos?

En particular, la mía era beligerante. Siendo, como sin duda hemos sido todos los que hemos fumado, consciente de la malignidad de mi vicio, tanto por sus estragos físicos como por sus esclavajes mentales, estaba convencido de que era el único dueño de mi decisión y de mi salud.

Hoy, en mi firme transición ya desde mi posición de fumador que lleva dieciocho meses sin fumar, con convicción de piedra picada de que mi camino ya no tiene retorno, que la enfermedad y la miseria mental ya no son una opción, sigo manteniendo que no debemos mostrar animadversión frente a los que fuman. Y mucho menos, seguir el juego al establecimiento de reglas y prohibiciones que, bajo el pretexto de querer curar a los adictos, impongan coercitivamente el manto protector del Estado sobre nuestros comportamientos personales.

Era realmente una preocupación y un reto personal no caer en lo que yo llamo el “síndrome de San Pablo caído del caballo” y, desde mi “conversión”, empezar a perseguir a los fumadores (recordemos que Stalin fue seminarista, y hay tantos ejemplos…)

Se trata sólo de que nuestra clarividente comprensión de que no debemos fumar no nos lleve a pensar que nadie debe hacerlo y que tenemos la fuerza y, tal vez, la obligación moral de hacérselo ver, prescindiendo del respeto a la libertad individual de cada cual para decidir qué hace con su vida y con su salud. Yo no quiero fumar, pero quiero seguir teniendo la libertad para hacerlo por mi voluntad y no por la de los demás, sean amigos, familia o policías.

Dogmas y más dogmas.


El dogma político como substituto de la fe religiosa. El materialismo dialéctico transformador o la espiritualidad transformista.

A menudo se nos venden los sistemas políticos marxistas (y no sólo, ya que también fue así en el nacionalsocialismo) como sociedades donde la espiritualidad esotérica no tiene cabida. Han conseguido erradicar de la mente del pueblo la idea de un dios superior, se nos dice. En Cuba, en China, en Korea, las masas no adoran a ninguna deidad sobrenatural, se han vencido las supersticiones.... Como si el sentido místico profundamente enraizado en el hombre en el transcurso de cien milenios pudiera vencerse por decreto. Ojalá fuese así y la semilla del racionalismo científico pudiera dar frutos de forma tan simple.

Al contrario, a mi entender, lo que en realidad ha sucedido es la substitución (exitosa, sin duda), de un dogma religioso de carácter paranormal por un dogma político, mucho más humano, pero que contiene en su núcleo los elementos de fe irracional en un bien superior que caracteriza la creencia religiosa. La fe en dios se cambia por la fe en el sistema; los sacerdotes o imanes, por el politburó; la persistencia de la inmutabilidad, por la revolución permanente y vigilante.

Son sistemas, como los teocráticos, en los que la discrepancia es anatemizada y perseguida, con igual o superior furia, y en los que la disidencia es perseguida sin tregua porqué el cuerpo doctrinario es tan ajeno a la razón que la más mínima duda puede tambalear todo su andamiaje ideológico.

EL peligro real de ese “evangelio” es que, al pretender que su base se apoya en el cientifismo sociológico, su falso antropocentrismo, alejado de los fenómenos sobrenaturales, puede llenar muy fácilmente el vacío místico que deja en las mentes racionales el abandono de la magia religiosa.

La prueba de su falsedad, de la endeblez de su ideario, es que es sólo una substitución provisional. En efecto, una vez hundidos los sistemas que lo sustentan, la ciudadanía necesita de nuevo la mística y, no encontrando otra que la tradicional de base ocultista, se entrega otra vez, con más fervor casi siempre, a la paranormalidad irracional de la religión.

Lo que necesitamos, en realidad, son valores espirituales racionales, fundamentados en nuestra propia condición humana. En valores como la empatía, o la solidaridad, o la compasión, que tienen valor por sí mismos, sin tener que ir asociados a brujerías o milagros. Valores en los que apoyarnos para encontrar vías de superación individual, colectiva (evolutiva, incluso) para dar el paso desde la muleta mágica e irracional que nos acompaña desde nuestro inicio como especie hasta planteamientos que nos permitan la suficiente modernidad ética para superar momentos de incertidumbre como los actuales, donde de la línea especulativa de abordaje a la solución de los retos económicos, medioambientales, demográficos o tecnológicos que nos amenazan, en términos de magnitud i naturaleza, de una forma insólita en nuestra historia, depende nuestro futuro como especie. Afrontarlos con la mismas armas espirituales infantiloides que hemos usado hasta ahora nos conducirá, evidente e indefectiblemente, al desastre. El progreso científico debe acompañarse de la correspondiente emancipación intelectual.

Maduremos. Organicémonos. No queda mucho tiempo.

EL más cobarde entre vosotros.

Ese es mi método cuando el síndrome de abstinencia de la nicotina me acecha. La cobardía como estrategia. Ya se que suena algo estúpido, pero es un proceso mental que nos funciona a algunos. Si os lo expongo es porqué estoy convencido que si yo lo consigo cualquiera puede hacerlo porqué, como le pasaba a Wilde, incluso mis debilidades eran más fuertes que yo.

Desde el primer día, supe distinguir (¿eso no es difícil para los fumadores, verdad?), esos picos de ansiedad que duran unos minutos, intempestivos pero no inesperados, que parecen peligrosos pero que por su corta duración, con un mínimo esfuerzo, puedes reducirlos a irrisorios. Es algo así como: ¿Crees que tu, que solo vas a durar tres minutos, puedes hacerme caer? Me va a llevar más tiempo reflexionar sobre tu naturaleza que lo que va a durar tu molestia, por lo que no te voy a tomar en serio, solo faltaría… Eso, que los iniciados en esa agonía llamamos cravings, y que nos acompaña los primeros días.

Después está el aspecto psicológico de la desintoxicación. El peligroso de verdad. Es el que te hace dudar, el que te lleva a esos páramos pretéritos en los que era parte de tu vida, recordándote siempre los buenos momentos que compartisteis. El placer de la bocanada inhalada frente a una puesta de sol en lo alto de un mirador, o acompañándote mientras leías a Camus, sonando siempre jazz de fondo (el cabrón no te recuerda la tos, la bocanada furtiva bajo la lluvia mirando desde el cristal a tus amigos que seguían en el restaurante, la vergüenza de fumar clandestina e insípidamente en el baño del aeropuerto, el vacío en el estómago contemplando tu tomografía). Cuando se te aparece es siempre en forma de manzana prohibida. Ése es el momento crítico, en el que un solo instante de vacilación puede llevarte instantáneamente al pensamiento fatídico: ¿Que pasaría si, sólo por una vez, uno sólo……? Después de eso, solamente te queda encomendarte a tu fuerza de voluntad, con mejor o peor suerte dependiendo de tu entereza y de en que trance te encuentres en ese momento (una separación, una bronca, una borrachera, …) Y aunque tengas, además de la fuerza, la suerte (sí, la suerte) de no ceder, él ya ha establecido el mecanismo. Lo demás es mera estadística.

En mi caso, si me hubiera permitido eso, habría sido de los primeros en caer, seguro. En cuanto pude preverlo (es fácil verle venir, después de aguantar el craving porqué el mono es más sutil, pero no tiene ese componente de inmediatez) supe que me vencería si me atrapaba. Por ello, decidí desde el primer momento ser el más cobarde de entre vosotros. Y lo conseguí. El mono no me vence porqué en cuanto intuyo que va a aparecer no paro de correr. Para algunos, correr es pensar en lo malo del tabaco, en lo que te ha quitado, en esa enfermedad que arrastraras siempre. Pero para mí no parar de correr es no dejar de pensar en lo que he conseguido dejándole, en mis nuevos logros, agarrando el futuro con las manos, mirando esos dedos índice y mediano que ya no sostienen un cigarrillo. Pensar en esa misma puesta de sol, ese libro, ese disco, libres de enfermedad y esclavitud, pensar en todo eso sin parar….. Y en cuanto me vuelvo él ya no está. Nunca resiste una carrera y éstas se están volviendo más cortas cada día.

Y lo principal: al cabo del tiempo ya he establecido el automatismo y no necesito estar alerta siempre. Me he instalado en ese estadio y ahí no puede entrar. Y nada puede sacarme de ahí. Mi vida no es más fácil sino que sigue siendo la misma complicada ecuación de siempre, como todas las vuestras. Pero, desde luego, el tabaco ha dejado de ser parte de ella desde hace tiempo porqué, pase lo que pase, siempre seguiré visualizándole como un problema y nunca como una solución. Sin lugar a dudas, Nunca.

En definitiva, sólo era explicaros como los que no nos atrevemos a mirar al monstruo a la cara también, humildemente, le vamos venciendo.

Lenguaje, pensamiento, dominio.

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En primer lugar, fijemos como dato de inicio que el análisis que se presenta en esta entrada tiene su fundamento en la filosofía chomskyana, en el sentido de considerar que la capacidad para adquirir el lenguaje es innata, configurándolo como la piedra angular que orientará la organización de nuestra percepción y pensamiento. Por tanto, nos basaremos en el axioma de Chomsky según el cual la lengua modela el pensamiento.

De ello podremos colegir, sin duda, que el lenguaje condiciona de forma absolutamente determinante nuestra visión del mundo y nuestra relación con el mismo. Nos formamos nuestra propia idea de lo que nos rodea a partir del pensamiento que nos ha proporcionado el lenguaje y es a partir de ese instrumento intelectual que interactuamos con nuestro entorno. El lenguaje es el arma del que nos serviremos también para relacionarnos con las demás personas que conforman nuestra vida social.
No es difícil deducir que, en ese marco de relaciones interpersonales, nuestro lenguaje, que ya hemos conceptuado como el origen de nuestro pensamiento, se norma específicamente para un fin social, constituyéndose en lengua como una de sus manifestaciones. Por tanto, esa lengua debe forzosamente condicionar, por su propio origen, el pensamiento social y, especialmente, el pensamiento político. Si lenguaje condiciona el pensamiento, la lengua, como instrumento derivado, determina nuestra forma de ver el mundo. El ejemplo de la manera que tienen los inuits de relacionarse con su medio físico (y social derivado del mismo) se traduce, por ejemplo, en la riqueza de su idioma para describir esa realidad (en cuanto a la nieve, al hielo, etc.…) Por tanto, la lengua inuit condiciona a sus hablantes para una determinada concepción del mundo, alejada de la que tiene de su mundo un hablante de maya. Distintas lenguas, distintas concepciones, distintas estructuras lógicas de interactuación.

Desde esa concepción resulta fácil ahora definir al idioma como una de las armas más efectivas de dominación social. Imponer tu lengua a otro en substitución de la suya significa la forma más efectiva de conquista. No sólo le impones tu visión, sino que le despojas del instrumento que le permite tener la suya propia, o cualquier otra distinta a la tuya: Le obligas a pensar bajo tus premisas mentales. Y con la desaparición de ese idioma se pierde irremediablemente una de las formas que teníamos los humanos para describir el universo y nos volvemos, todos, más pobres para siempre.

sábado, 10 de enero de 2009

Liberación sexual y evolución

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El objetivo de la presente entrada es encender una nueva luz sobre el proceso femenino de liberación (tan actual en términos de cronología histórica absoluta), entendido como transformación evolutiva humana, ni más ni menos.

Esta afirmación, a la que de entrada le admito un cierto aire de boutade, toma como punto de partida conceptos evolutivos referentes a los humanos como especie: La monogamia como estrategia de supervivencia y la sumisión femenina al macho como consecuencia (y permitidme utilizar esta terminología por cuestiones etológicas). Si bien autores como Desmond Morris (El mono desnudo), García Leal (La conjura de los machos) ya lo exponían desde hacía algún tiempo, es, en mi opinión, el primatólogo Frans de Wall (El mono que llevamos dentro. Tusquets Editores) quien lo aclara de la forma más entendedora para neófitos como yo. En definitiva, la monogamia aseguraba al macho la paternidad sobre las crías que debía defender de los depredadores y en la que debía volcar lo que en antropología se denomina inversión parental, es decir, coadyuvar a la carga de mantenimiento de la prole. Ésta es claramente una estrategia evolutiva, la que escogió nuestra especie, a diferencia de nuestros parientes cercanos, los chimpancés (cuya estrategia es el infanticidio de las crías ajenas en cuanto se apoderan de una hembra, o la de los bonobos (cuya promiscuidad sexual les lleva a no distinguir a su descendencia de las de los demás, por lo que los machos se desentienden absolutamente de ellas)

Analizando cual era el papel de la hembra es esa ecuación, es evidente que, si bien la estrategia (evidentemente) ha funcionado, ha sido en gran parte a costa del eslabón más débil. Aparte de otros esclavajes, el sistema reproductivo monogámico exige, a cambio de la crianza cooperativa, un control estricto sobre el comportamiento sexual de la mujer. Nuestra historia sexual ha sido exactamente eso, desde la religión, la política, la moral, o cualquier otra forma mayoritaria de control social. La dominación de un sexo sobre el otro.

Así, podemos afirmar que la monogamia no es un comportamiento cultural humano, sino que la evolución la ha grabado a fuego en nuestro ADN. Nacemos monógamos y las consecuencias de esta herencia las paga la mujer durante toda la vida, en forma de sumisión al macho, al orden social.



Es por eso que los movimientos de liberación femenina son tan revolucionarios. Porque no cambian sólo el papel histórico de la mujer en la sociedad humana, sino que cambian incluso la base evolutiva de nuestra especie. Y, tras centenares de miles de años, hoy podemos vivir este episodio, que se me antoja trascendental (que trasciende nuestra historia y cambia nuestra propia huella como especie).

El acceso de la mujer a los estamentos de toma de decisiones y, sobre todo, lo que de ello se ha desprendido; la revolución sexual, el derecho a escoger libremente pareja, de abandonarla sin que ello le prive de poder criar a sus hijos, su emancipación emocional, su autosuficiencia económica, su lucha en sí de forma singular, la libera de la carga evolutiva que la ha acompañado desde el inicio de los tiempos (literalmente, en términos antropológicos) Y aún sabiendo que los cambios no se producen en todas partes, ni para todo el mundo, ni de la forma adecuada, si que colegiremos que el proceso no admite marcha atrás.

Éste es un triunfo que, de una parte, demuestra empíricamente que nuestra especie sí es capaz de avanzar y mejorar. Que la evolución darwiniana, a pesar de que parece limitada por falta de metas de adaptación física con el entorno (como bien señala el profesor Eudald Carbonell) , sí puede en cambio avanzar por otros territorios, determinados ahora por adaptaciones al entorno social que, a la larga, también adquiriremos de nacimiento.

Y de la otra, que a pesar de que en un logro de toda la especie sapiens, el papel que hemos interpretado los hombres en el proceso ha sido, como máximo y en el mejor de los casos, el de espectadores que se apartan para no molestar.

El cártel sacerdotal

Tal vez es una apreciación mía, pero parece que cada vez más, la herencia del racionalismo posrenacentista va cobrando poco a poco forma en Europa en forma de escepticismo religioso, entendido no sólo como el cuestionamiento moral de las creencias espirituales, sino principalmente, como el abandono de las prácticas religiosas organizadas y controladas por la jerarquía. El desapego de la sociedad a la iglesia heterodoxamente entendida, bien por un convencimiento combatientemente ateo, bien por una indolencia agnóstica hedonista, bien por una completa falta de sintonía con la nomenclatura cristiana, alimenta el laicismo, el enemigo de nuestros capos espirituales.

También el Islam, la otra principal religión del libro, emergente hoy en Europa por la llegada de nuevos habitantes, verá mermada muy pronto su influencia por un fenómeno irremediable: Las nuevas generaciones no podrán asimilar el camino que les lleve desde prácticas criptomedievalistas hasta la moderna sociedad de consumo, con su libertad de comportamientos. Y la mayoría, integrando consumo, tecnología y libertad de pensamiento en un único modelo, abandonará la práctica activa de una religión que no podrá acercarse, ni de lejos, a conjugar su vida cotidiana con el dogma de fe. Aunque siempre quedará un poso de creyentes, en una posición de quasi-esquizofrenia moral, cuya viñeta ilustrada los podría dibujar con un ojo fijo en el Corán y el otro en las minifaldas (o lecturas, o amistades, o trabajos, o universidades…) de sus mujeres e hijas, emancipadas gracias a la inmersión educativa obligatoria de nuestro sistema de libertades públicas.

Otras practicas cubren hoy día esa necesidad espiritual que parece compeler a los ciudadanos a creer en la magia. Fe en el tarot, en “una energía”, en horóscopos, en que “no se que hay pero hay algo”, budistas, adeptos a las terapias espirituales, energías positivas, cienciologistas, o modernos gaistas que creen en la “madre tierra”, etc.. Todo ello apenas alcanza a encubrir un fenómeno que se me antoja diáfano: O la gente no cree en dios entendido como el Yahvé judeo-cristiano, o, si lo hace, quiere seguir a Jesús y quiere hacerlo sin intermediarios, como en el origen del cristianismo. Los obispos van perdiendo credibilidad a marchas forzadas, lo cual, como podemos ver, se traduce en una mayor virulencia y agitación del núcleo más duro: opusdeistas, legionarios de cristo, kikos, neocatecumenistas, cristianos renacidos, y una lista cada vez más nutrida de sectas cristianas, bendecidas por la iglesia, y ferozmente combatientes a los cambios sociales, sexuales, espirituales, científicos… que hoy se multiplican en las sociedades modernas occidentales como en su tiempo se extendió el racionalismo o el liberalismo, o el marxismo, o el sufragio universal.

Una vez el cártel sacerdotal europeo (cardenales, imanes, obispos, etc..) se de cuenta de hasta que punto se encuentra en proceso de eliminación como grupo de presión de una cierta influencia en la sociedad moderna de este continente, no va a dudar ni un instante en unirse bajo la misma bandera, acercando la cruz a la media luna de un modo históricamente inédito.

Vamos a asistir en un futuro muy próximo al principio de éste proceso. Seguramente serán aún tímidos intentos de aproximación. Algo así como declaraciones públicas de apoyo ante un problema concreto que enfrente a uno de los dos grupos con una nueva ley, una nueva línea de investigación científica… Una cuestión que sea lo suficientemente polémico todavía entre la ciudadanía como para enmascarar la pátina decimonónica que barniza cualquier traba a nuevos avances sociales o científicos... Un gesto de comprensión moral…

De nosotros, de nuestra capacidad de perspectiva y de resistencia dependerá su éxito.