Yo, como la mayoría de vosotros, fui educado en la fe católica. Como muchos, también recuerdo perfectamente el momento en que pasé de la fe acrítica a la duda e, inmediatamente, a la quiebra de confianza en el sistema teológico. Christopher Hitchens relata en su libro “Dios no es bueno” cuál fue ese momento. Yo tengo muy presente cuando fue el mío. Y, en la distancia, puedo ver que, si bien el grueso del razonamiento lo provocó la irrealidad intrínseca de la concepción teológica de la realidad, también es verdad que, en ese y posteriores momentos, su base simbólica y mitológica, que ha pervivido tan arcaica hasta nuestros días, contribuyó vivamente en acelerar mi proceso de desapego de las creencias mágicas.
Lo que pretendo aquí es analizar (tan someramente como me sea posible) la conexión entre las transformaciones sociales, entendidas como adaptaciones al medio y como forma de organización social, con la correspondiente sistematología simbólica trascendente de la realidad. Y buscar en esa evidente disfunción de su evolución comparada la clave para proponer un nuevo sistema espiritual de signo laico, libre de connotaciones religiosas.
Sin entrar en especificaciones que, para el objeto del presente análisis, pueden resultar tan prolijas como inútiles, podemos colegir que nuestra realidad etnológica discrimina básicamente unos pocas formas capitales de supervivencia: Un principio de cazadores-recolectores, substituido por una época de pequeños cultivadores, que desemboca en otra de agricultura organizada a gran escala que se compagina con la explotación ganadera de los recursos. Tras esas etapas, sólo una época industrial y otra de post industrial en la que la producción de conocimiento substituye a la de bienes materiales. A mi juicio y a grandes rasgos, y a pesar de que no todos los pueblos han sido protagonistas de todos los estadios, todos los modelos antropológicos de organización social se corresponden con los anteriores modelos de economia adaptativa al medio.
La sociedad preindustrial fue en la que se crearon todos los modelos religiosos que siguen vigentes a gran escala. Modelos que por razones constitutivas se mantienen inmutables en nuestras sociedades post industriales desde su primigenia postulación, y no sólo en sus principios fundacionales sino en la gran mayoría de sus construcciones dogmáticas, como no podría ser de otra forma.
En ese estadio preindustrial, las sociedades se estructuraban en modos idénticos de respuesta al medio para sobrevivir (caza, agricultura, etc..) y, por tanto, sus sistema de mitos y símbolos eran, en el fondo, idénticos. A nivel simbólico, los mitos religiosos formaban el centro organizativo en torno del cual se interpretaba la realidad y, consecuentemente, se organizaba el modo de vida. Construcciones míticas de poblaciones diversas convergen en cuanto sus modos de afrontar la supervivencia en el medio también lo hacen.
Y, también en ese estadio preindustrial, la mitología cumplía una finalidad programàtica. Era un elemento de cohesión que tenía en el grupo una función constitucional en lugar de religiosa. Y esa función se siguió cumpliendo durante milenios adscribiendo sus dogmas a un sistema de bloqueo de alternativas al sistema verificado de funcionamiento. Y para ello el camino más obvio y exitoso es el de la creencia religiosa, para formular mediante ella un dogma interpretativo ontológico inmutable por definición, una sumisión incondicional individual y grupal a una forma de pensamiento en el que la realidad proviene de seres superiores (dioses, antepasados sagrados, etc…) que excluía de forma natural y consecuente cualquier cambio. De esa forma la creencia, entendida como el acatamiento incondicionado a modos de pensamiento y organización cuya adhesión y sometimiento no se cuestiona trasciende su finalidad de estructuración social para adquirir una dimensión religiosa que no ha sido su pretensión primera. La fe deviene la expresión más clara de la formulación de creencias como programa de organización grupal. Y cohesiona a la sociedad al precio de convertirla en estática y sin posibilidad de evolución crítica fuera del propio sistema, impermeable a la duda.
¿Cuál es la traslación práctica de ese tipo de sociedad? El autoritarismo, el patriarcado, el localismo, el colectivismo agrario. Fe y sumisión. Exclusividad y exclusión. La vida interior estructurada en torno a la creencia en la trascendencia sagrada de la realidad. En resumen, lo que hemos convenido en llamar religión.
Si aceptamos que la función de los mitos preindustriales era programática, el advenimiento de las formas de sociedad industrial debería, consecuentemente, suponer una trasformación de los mecanismos de programación colectiva. Y la realidad confirma el postulado. Las sociedades industriales acometieron la titánica tarea de sustituir paulatinamente los mitos sacramentales por símbolos ideológicos y científicos. Posteriormente las sociedades post industriales siguieron el camino y ponen en crisis las ideologías para cambiarlas por un sistema de postulados colectivos de adhesión voluntaria individual. Cambio de estructura social, cambio de sistema teológico. Cambio de sistema de formación, de expresión, de ritualización y de organización social. Cambio de religión.
¿Y como se expresa esa mutación en el andamiaje ideológico de esa sociedad? En principio, en el progresivo e inevitable arrinconamiento de la religión como postulado de definición social.
Pero también y sobretodo de otra forma mucho más profunda, a mi entender. La concepción intrínsecamente inmovilista de la sociedad preindustrial se ve superada irremediablemente por una visión necesariamente dinámica, creadora continua de tecnología y de conocimientos. Cambio continuado de modo de interpretar la realidad, cambio continuado de sistema de trabajo, cambio continuado de sistema organizativo y finalmente, cambio continuado de sistema de cohesión grupal y de fin colectivo. El cambio continuado propiamente como sistema, porqué és lo que se desvela exitoso. Y la marginación de las creencias, porque su inmutabilidad se interpone en la interpretación ontológica real, científica.
La sociedad post industrial cambia tan profundamente al hombre que muta su previa estructuración epistemológica, a base de preveer el futuro repitiendo el presente, a una visión autodiseñada de ese futuro, en la que el pasado sólo sirve como aprendizaje sin necesidad ineludible de repetición gracias a la creación social y al cambio continuado. Y eso es lo que hay. Esta nueva sociedad sin creencias no es fruto de maldades ni traiciones a la tradición. Es sólo una consecuencia irremediable de la propia transformación grupal.
Pero es evidente que el hecho de que una minoría de nosotros se sienta sin género de duda, ateos, no obvia el que el resto siga necesitando una visión trascendente de su propia existencia. Resto que mayoritariamente sigue usando simbología esotérica preindustrial para expresarla. Lo que provoca en muchos casos una incomodidad que se manifiesta explícitamente pero ante la que no tienen armas para actuar. Pero siguen buscando en la creencia y la sumisión respuestas ontológicas.
En las próximas entradas tengo la intención de profundizar en esa contradicción.