Antes del Profeta, solo la oscuridad, apenas rasgada por el tañer de las cinco campanas, que nos recordaron al Primero, el que llegó de Hungría. Después, solo el Profeta, que nos convenció que podíamos tener todo lo que hoy tenemos. El Profeta, que nos guió en el desierto. El Profeta, que nos contagio su sueño y nos liberó del miedo. El Profeta, que nos reveló nuestra esencia y con quien fuimos admirados y respetados en todas partes. El Profeta, con quien abrimos de un solo golpe la puerta del Olimpo en el minuto 111. Y el Profeta, cuyo fin fue triste como triste debe ser el fin de los Profetas, nos sabe hoy herederos de su maestrazgo.
Y el profeta, de la nada, engendró al 4.
Y dio vida al 4. El 4, que en Sant Jaume nos ha amado, nos ama y nos amará siempre. El 4, con quien hemos abrazado a los héroes antiguos. El 4, de quien hemos aprendido desde siempre. El 4, a quien seguimos en exilio y martirio. El 4, que tiene en los suyos su báculo, que llena los desiertos de hierba. Y el 4 se convirtió en uno de nosotros y nosotros lo reconocemos en todo lo que somos. Y el 4, el sueño del Profeta, al fin, hizo propicio el advenimiento del Creador.
Y Él se hizo presente.
Él es a quien hemos esperado cien años. Por Él somos envidiados y temidos. Porque Él es el verdadero, nacido de entre nosotros, para que olvidemos a los falsos mesías foráneos ante quienes nos hemos postrado antes de Él. Porqué Él cae y se levanta como nosotros, sufre como nosotros, lucha como nosotros y llora como nosotros y nosotros nos levantamos, sufrimos, luchamos y lloramos en Él. Porque a Él la mano de Dios no le alcanza. Porque Él golpea las sombras con su corazón para llevarnos donde jamás llegó nadie y aún así lo mejor de Él siempre está por llegar.
Y Él nos lo da todo. De la nada crea la quimera, la esperanza, la ilusión, el deseo, el estallido, la felicidad súbita y eléctrica que nos atrapa y engulle, suspendida en un último instante exultante, repetido e irrepetible. Y entonces Él detiene el tiempo, para que nos fundamos en Uno, para que nos reconozcamos otra vez todos juntos en la nueva y vieja epifanía, que crece sin límite donde antes no había nada. Y, al fin, por encima del rugido y del éxtasis, gritamos su nombre con toda nuestra voz, que es la voz de todos y es la voz de cada uno.
El Profeta lo pensó, el 4 lo ha traído y Él es. Que sea por siempre.
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